domingo, 26 de diciembre de 2010

El ser y no-ser a un tiempo

El ser y no-ser a un tiempo


Shadowplay. Diario de Ian Curtis:


In the shadowplay, acting out your own death, knowing no more
Joy Division

Love Will Tear Us Apart
Ian Curtis, 1979



Vedrino Lozano Achuy (Tarapoto, 1981) acaba de publicar un nuevo poemario Shadowplay. Diario de Ian Curtis (Hipocampo Editores, 2010), su cuarto poemario.

De este libro ha dicho Miguel Ildefonso: «Son ocho cortos pero explosivos poemas en prosa que corresponden a los últimos ocho días de la vida del cantante y compositor del grupo británico Joy Division. Estos actos solitarios del amor y la muerte de la voz poética, a la vez que nos seducen y nos acercan al “abismo”, nos relata, introspectivamente, el desmoronamiento de una historia, de una época, y más precisamente de un espíritu».

Joy Division, la banda de post-punk inglesa (originalmente llamada Warsaw), fue formada en 1976 en Salford, Greater Manchester. Para el crítico Jon Savage inicialmente en estricto sentido su música “no era punk, pero estaba directamente inspirada por su energía”, luego evolucionó de sus influencias punk rock iniciales para posteriormente desarrollar un sonido y un estilo que fue pionero del movimiento post-punk, del dark y el rock gótico, pues no solo poseía un sonido “oscuro”, sino que los densos acordes y las letras de sus canciones estaban obsesionadas con la desesperación y la muerte, productos de la epilepsia que padecía su vocalista Ian Curtis.

Precisamente sería este rasgo una expresión de su cada vez más permanente estado de depresión agravado por sus problemas personales (el conflicto entre el gran amor que siente por su esposa y una apasionada relación con Annik, su amante, que conduciría a la separación de Deborah —autora de Touching from a distance, la biografía de Curtis que inspiraría en 2007 la película Control de Anton Corbijn sobre el periodo final del cantante— y el hecho que encontraba cada vez más difícil presentarse en vivo, a menudo tenía convulsiones durante sus espectáculos), en la víspera de la primera gira de la banda en Estados Unidos, lo habría conducido al suicidio cuando contaba con solo 23 años, el domingo 18 de mayo de 1980. Thom Jurek escribe “Tan solo nos dejaron un pequeño retazo de música y un eco que aún suena”.

Shadowplay. Diario de Ian Curtis es el testimonio de una sintonía, de una rendida admiración de la vida y música del vocalista de Joy Divisón. Pero la lectura de sus poemas respira algo diferente a la atmósfera oscura y casi esquizofrénica que envuelve los acordes y la voz de Ian Curtis en sus interpretaciones. Los textos de Vedrino se acoplan a una respiración diferente. La desesperación existente en su expresión, como cuando la campana de cristal está llena de aire viciado y la única solución posible parece ser hacerla estallar, se acerca al abismo y lo contempla. Sus imágenes son el honesto resultado de eso: una penetrante exploración de las oscuras obsesiones que envuelven a un individuo.

Sin duda, Shadowplay. Diario de Ian Curtis representa en la búsqueda creativa de Vedrino una evolución y una mayor conciencia del quehacer poético. A nuestro juicio, esto se expresa en la depurada expresión de sus composiciones (“Desnudo sus secretos con una voz austera”, p.27): con imágenes intensas y concisas, sumamente sugerentes; y la concepción arquitectónica del libro. A modo de diario, la voz y la mirada del poeta rehacen poéticamente, con pertinaz pasión, los ocho días finales de su protagonista: Ian Curtis.

El primer texto nos introduce a una poética que con una simplicidad extrema nos sitúa ante el dilema de “ser o no ser”, la extrañeza ante el misterio de sí mismo como la vía de re-conocimiento de la propia presencia y condición: “Sea cual sea la respuesta nunca pedí estar en esta circunstancias”, (p.15); con una opción que se nos revela como seminal en el poemario: “Sólo pienso en cómo salir sin hacer ruido y sin que noten mi ausencia”. Así en el tercer poema la voz poética habla: “caer como un muerto disfrazado en la soledad indefinible”, (p. 19); en el cuarto poema dice: “encontrar alguna forma lógica de pasar el tiempo”, y en el quinto, asistimos a la confesión de una actitud del yo poético, en el bullicio circundante, no solo de la gran ciudad, acosado por la ausencia y “el olor a muerte”, (p.17): “Dejé mi corazón en algún lugar del otro lado. Me fui aislando de la corriente principal. De los más íntimos anhelos. De todo. No soporté la felicidad.”, (p. 25); y en el sétimo poema el yo poético nos hace testigos de un enternecedor intento por “aferrarse” a algo “para mediar con lo imposible y la desesperación que produce el sabor de una boca vacía” (p. 27) y una confesión: “Me cansé de esperar un guía. He perdido la voluntad y el deseo de querer algo más”, con una conclusión visceral que corta el aliento: “La ciudad tiene roto el corazón... yo, la vida”. (p.29).

No hay nada de mórbido ni de plañidero en los textos de Shadowplay. Diario de Ian Curtis, si un sujeto del dolor, una figura con ausencia mortal y una presencia tangible, un sujeto al cual esculpe la existencia y circunscribe el espacio, las vivencias y sensaciones del hombre como centro de rigurosa indagación estética de su existir. A través de sus imágenes, como plasma Antonio De Saavedra en la composición de la contratapa del libro, los lectores “de nuevo” podemos ver a Ian.

Shadowplay. Diario de Ian Curtis es tributario de la vida y música del vocalista de Joy Division. Ahora bien, el hechizo que ejerce su escritura descansa, primero, en la sobreabundancia de significados y abundancias que en ella se encuentran. De hecho, muy pocos son los que han recargado tanto las palabras y su música con esa intensidad (Jim Morrison, David Bowie, Kurt Cobian, por ejemplo). Múltiples niveles de significación se condensan y comprimen en sus composiciones. Pero, hay, también, otra razón. Desde la perspectiva de quienes se sienten convocados por su obra, puede ser el caso de Vedrino Lozano, representa un puente para acercarse a lo otro (“el otro lado” de las páginas 23 y 25, esos “nuevos caminos que van más allá de los límites”, p. 25, ese “abismo donde todo es doblemente frío” p. 21 donde lo que se puede contemplar es “la luz agrietada que inspira el vacío” p. 19).

Sujeto del dolor y del placer, figura mortal y presencia tangible, la figura de Ian Curtis sirve para la indagación estética de Vedrino Lozano cuya escritura demarca una poesía pródiga en posibilidades expresivas y riesgos en la medida que busca estar libre de lo que Harold Blomm ha llamado “la ansiedad de la influencia”.

Vedrino no tomó para su poemario la persecución de formas inasibles, las evasiones difuminadas, las melancolías. Ha fijado su atención en el establecimiento de una analogía en la que se corresponden las visiones del cosmos, la sensación de lo finito, la inspiración como fuerza poderosa que proviene de algún punto del ámbito del universo, la nostalgia de la felicidad, la concepción de la poesía como un ritual mágico que convoca a la música y a través de ella al misterio de la existencia.

La poesía se nos presenta como el medio de llegar al conocimiento de la “otredad”, como manifestación del espíritu propio y como medio de trascender del ámbito de la propia personal.

Los poemas de Shadowplay. Diario de Ian Curtis se ubican en un tiempo psíquico en el que la voz poética se ubica al contemplar y adentrarse por esos ojos del otro (los amigos, la amante, etc.) en los que se hunde hacia la profundidad abisal, puerta a la inmensidad de la existencia, que llegan a ese final en el que la voz poética parece concluir. La progresión de sensaciones nos muestra un ahondamiento, una anegación del poeta en la existencia, que, sin embargo, no llega a la generalización burda.

La imagen de Ian Curtis que nos revela Vedrino se corresponde con la de la contradictoria condición humana (miserable en su grandeza, pero, a la vez, grande en su miseria), las confesiones que se nos van revelando resultan auténticas al admitir su incertidumbre, y el canto se vuelve verdaderamente tal al desnudarse del componente cultista o estetizante, y el concierto nunca lo es tanto como cuando brota desde nuestra oscura animalidad (caos potencialmente cosmos, desorden inconforme anhelante de armonía) y el teclado genuino es el que se sabe ideal del anhelo humano.

Ocurre entonces que Shadowplay. Diario de Ian Curtis, reinventa, transfigura y erige su propio icono. No hay que sorprenderse pues, finalmente, de esta pluralidad de lecturas, que termina siendo el mejor homenaje a la imaginación y creatividad del artista

Ser poeta, como quería Martín Adán, es “oír las sumas voces”, metáfora que Vedrino asume y plasma en la elección de su guía de la persona poética. La elección de Ian Curtis permite, en las ocho composiciones, considerar la relación entre el poeta y la materia de su oficio como un drama de la escritura. En el poemario de Vedrino estamos frente a un espacio de encuentros en el que los poemas, como sombras chinescas, interpretan la existencia de Ian Curtis con una voz poética que permite descubrir cómo se ubica un autor (con sus sesgos que lo habitan y constituyen) y cómo nos ubicamos sus lectores.

Su propósito no es didáctico sino experimental, especulativo y, como afirma César Ávalos en “La catárquica música”, palabras de presentación del poemario de Vedrino, “es también un libro de escenas y suposiciones […] Un libro de vida interior”. Un poemario en el que la extensión espacial de lo inevitable, no entendido como fatum, ofrece profundidad y no superficialidad vacua. La palabra poética no es solo una presencia en el espacio sino una duración en el tiempo.

La voz y la mirada poéticas recorren, con pertinaz pasión y sensibilidad, una experiencia tan abrumadora que parece resistirse a la expresión y el testimonio, pero que nutre y sustenta el impulso creativo y la emoción estética que redimen. Shadowplay. Diario de Ian Curtis es una travesía en la que la creación replica, de alguna manera, la experiencia del misterio y la aventura del descubrimiento a través de una crónica de estadios que se intensifican, composición a composición, hasta arribar a un estado de negación escéptica. Esto da pie al esplendor de la inquietante imagen con que cierra su viaje y que evidencia la precariedad material y el desarraigo que nutren el humus vital del que brotan los ocho poemas.

Ser y no-ser a un tiempo, vida-muerte, dualidad de contrarios que nos exalta, nos hace salir de nosotros y, simultáneamente, nos hace volver. Caer: volver a ser. Hambre de vida y hambre de muerte. Es “el ciclo interminable” al que alude Ávalos. Es la insatisfacción a la que alude el epígrafe de Ciorán que anuda una de las claves de los textos que conforman Shadowplay. Diario de Ian Curtis.

Amor y muerte están íntimamente ligados en la poesía. La poesía, como el amor, es un “ir al encuentro”. Caminar hacia adelante, caminar por la vida hacia el momento de plenitud. Entendido de este modo la poesía —y el amor— desemboca en la muerte, pero de esa muerte emergemos —temporalmente— al nacer.

De ese límite existencial brota Shadowplay. Diario de Ian Curtis. Incorporar la ausencia no significa que todo se haya perdido de la presencia: el que se ha ido aún está.



David Abanto Aragón

Independencia, diciembre de 2010